Desperté y me senté al pie de la cama. Escuché el sonido de los
remolinos de viento que se forman en la terraza cuando el clima se pone feo.
Las ramas se chocan entre sí y producen ruidos de olas que rompen en la tierra.
Fui a la cocina, me serví un té. Mientras esperaba que la pava hierva, observé
la estampita de un santo sobre la repisa que contiene las tazas. Hay una en
color blanco y negro que simula el suelo de la costanera de Río de Janeiro.
Acomodé los vasos, abrí la heladera, miré dentro pero no tomé nada. La pava
hirvió y me serví el té. Observé las plantas que están arriba de la segunda
repisa mientras esperaba que el té se entibie. Lavé dos platos que quedaron en
la pileta luego de la fiesta de anoche. Miré por la ventana de la cocina que da
a una segunda terraza y vi las plantas, de gran tamaño, se movían con el
viento. Recordé que tuve un sueño donde yo estaba en la selva.
Escuché un ruido que provino de
afuera, lo adjudiqué al viento, pero vi algo que se movió. El reflejo en la
ventana devolvió mi imagen. Apagué la luz para ver mejor el patio. A oscuras,
empecé a visualizar el área externa. Volvió a moverse y corrió hasta la
escalera que lleva al techo. Intentó trepar y cayó. Corrí al comedor, revisé la
puerta, estaba trabada. Escuché pasos en el techo. Volví a la cocina y prendí
la luz. La estampita del santo estaba tirada en la pileta, sobre los platos
sucios.
Tal vez no estoy tomando este té
que no sabe a nada. Tal vez estoy recorriendo la costanera de Río (olí el mar y
escuché el sonido de las olas que rompen contra el piso de arena)... O estoy en la
terraza en el medio de la tormenta. Tal vez sigo sentado al pie de mi cama.